Los silbidos de la zampoña y la quena transportan a los estudiantes del colegio Fernando Soto Aparicio a las raíces de los pueblos originarios de la cordillera de los Andes. Así suena la agrupación Anchicayá.
Anchicayá significa ‘sollozo de un indio’. Esto lo asegura el profesor Pedro Amézquita, líder de la agrupación de música andina que lleva como nombre esta palabra y que, luego de haber recorrido con él otras instituciones educativas, inició en el colegio Fernando Soto Aparicio desde hace 15 años.
Aunque las generaciones han ido cambiando, la experiencia se mantiene intacta. Día tras día los ensayos se realizan en el salón de danzas, ubicado en la última planta de esta institución. Cuando el reloj marca las 10 de la mañana y el timbre que indica el descanso alcanza el eco entre los corredores, los sonidos de las zampoñas empiezan a retumbar en las instalaciones del colegio.
Desde que suben las escaleras, los estudiantes llevan los instrumentos en mano y aprovechan cada instante para producir algunas notas musicales. El tiempo de ensayo es únicamente el del descanso, es decir, poco más de 20 minutos diarios. Aunque es reducido, esto no es un impedimento para que el amor por la música andina siga germinando en esta institución de la localidad de Kennedy.
Tocando guabinas, bambucos y pasillos, entre otros géneros musicales colombianos, este grupo de artistas se convirtió en experto intérprete de los instrumentos del folclor. También han aprendido ritmos tradicionales de Chile, como la cueca, y este año han puesto especial empeño a los sanjuanitos, originarios de Ecuador.
En el salón de danzas y en cualquier escenario en el que se presenten, Anchicayá evoca con su música la riqueza cultural de los pueblos ancestrales de la región de los Andes en Suramérica. Un puñado de notas producidas en instrumentos artesanales de antaño, que con sus sonidos tocan las fibras de los espectadores y traen a la mente un retorno a las raíces, la naturaleza, las montañas y el campo.
Volver a los orígenes
Para este grupo de música uno de los elementos más significativos es la
whipala, una bandera de variados y llamativos colores que simboliza a los pueblos originarios que habitaban a lo largo de la cordillera de los Andes.
La música es un vehículo para fomentar el amor hacia la tierra, las culturas y la diversidad. “Esta es la verdadera esencia de Anchicayá”, asegura el profesor.
Pedro Amézquita, maestro de ciencias sociales, es quien trajo la pasión por los géneros andinos al colegio Fernando Soto Aparicio. “Nací en Ipiales y llevo la música en la sangre, especialmente estos ritmos del sur, porque crecí entre flautas y zampoñas”, afirma. Nunca ha tomado clases de estructura o gramática musical en un conservatorio, pero su aprendizaje empírico es una valiosa fuente de conocimiento para todos los estudiantes.
Son aproximadamente 25 chicos, de las jornadas mañana y tarde, los que encontraron en instrumentos tradicionales como la zampoña, la quena, el siku y el tiple, entre otros, una pasión por la música andina y la geografía de la región.
A Anchicayá algunos llegaron con nociones musicales básicas, otros sin haber interpretado nunca antes un instrumento pero con el sueño de aprender. El común denominador son las ganas de aprender, “por eso no les importa, entre comillas, sacrificar el tiempo de descanso”, resalta el profesor.
En la práctica, el aprendizaje es muy independiente. Cada uno tiene su propio ritmo, por lo que es necesario que el profesor esté atento a la evolución individual, para posteriormente realizar los montajes conjuntos en los que se suma esta combinación de talentos que ha recibido premios en la localidad y en diferentes eventos del Distrito.
Christian Rodríguez es el guitarrista principal. No había tocado la guitarra antes de entrar a Anchicayá, por lo que aprendió sobre la marcha con la energía que transmiten cada una de las canciones latinoamericanas. “Interpretar música andina es muy emocionante”, afirma el estudiante de grado 10°.
Sus compañeros, Wilson Pereira y Santiago Vivas, ingresaron al mismo tiempo a la agrupación, en el año 2012. Wilson interpreta la quena, flauta andina por excelencia, un instrumento que conocía por sus abuelos y por el que empezó a apreciar los silbidos y timbres desde que era muy pequeño.
A Santiago, por su parte, una casualidad le permitió convertirse en el percusionista de Anchicayá, lo que ha sabido aprovechar con compromiso. “Cada vez que nos vamos a presentar llegamos con mucho ímpetu a tocar, con todas las ganas de dejarlo todo sobre el escenario. Trabajamos mucho por eso”, asegura el joven.
Aunque los tres quieren dedicarse a la ingeniería, la música es una pasión que los une y los conecta, además, con la cultura de Colombia y de otros países del continente.
“Extraños de pelo largo, muchachos de buen corazón”
Algunos de los jóvenes músicos no conocían estos géneros musicales antes de interpretarlos, y aunque les gusta el rock, el pop, y otros ritmos más juveniles, con el paso del tiempo
le han tomado un cariño innegable a canciones como ‘Huasca, huasca’, que con su frase “extraños de pelo largo, muchachos de buen corazón” se convirtió en himno de las últimas generaciones de egresados.
Durante los ensayos, el profe Pedro los guía con entusiasmo. “Más fuerte”, les pide. “Ese ‘fa’ hay que hacerlo solo tapando medio huequito”, indica a uno de los menores del grupo. Las instrucciones son constantes y se asumen con disciplina por los jóvenes músicos.
Anchicayá es, además, una escuela que se renueva todo el tiempo. En la actualidad, Christian, Santiago y Wilson, que son los estudiantes más antiguos, se encargan de transmitir la técnica a los más pequeños que se han acercado al grupo. Los aprendices, ahora también maestros, han experimentado así el poder de compartir los saberes.
“Los estudiantes ingresan en grado 6º y 7º y se quedan hasta terminar 11º y graduarse. Algunos de ellos siguen aún como egresados y otros se han dedicado a la música”, explica el profesor, y recuerda el caso de uno de los egresados percusionistas que se dedicó a los géneros andinos, vive en Argentina y ha interpretado canciones con el hijo de
Atahualpa Yupanqui, el más reconocido músico argentino de folclor.
Se van unos y llegan otros, dice el profesor. “Da nostalgia ver cómo se van graduando y alegría su evolución, pero lo más emocionante es saber que los ex alumnos me superan innumerables veces. Aprendieron volando y ahora se dedican a la música”, según Pedro.
En este 2014 el reto es interpretar la tropa de sicurís, ritmo y baile tradicional del altiplano andino en el que en una puesta colectiva se intercalan las melodías entre diferentes intérpretes, produciendo una sola armonía. “La idea es que suene como una verdadera tropa de zampoñas”, concluye el profesor, líder de esta agrupación capaz de transportar con sus sonidos a otros tiempos.
Por Diana Corzo Arbeláez
Fotos Julio Barrera